Práctica 2. La canción de los lunes (optativa)
La cantautora cordobesa María José Llergo adelanta la canción “Nana del mediterráneo” en el año 2018 acompañada por el guitarrista Marc López. Este tema se publica por fin en septiembre de 2019 insertado en el álbum Sanación y producido por Lost Twin. Además, tenemos otra versión muy especial de esta canción en la que la voz se acompaña únicamente de las olas del mar para el Barcelona Acció Musical de 2019. La nana nos mece en la injusticia de todas las personas que se ven obligadas a cruzar el océano para conseguir su libertad.
Fragmento de “Te espera el mar”, de María José Llergo
llora y llora y llora el mar,
mientras gente cruza a sus hijos
tanto profundo es su llorar
que su llanto es mi cantar
y ahora es grito
yo creo en la ley de los mares
donde nadie es ilegal
mientras que la ley de los hombres
sea más cruel que la del mar
[...]
dejando escrito en la marea
su sueño de libertad
[...]
Con esta misma empatía hacia los que buscan libertad,
María José Llergo compuso “Nana del mediterráneo”, escrita a continuación:
“Nana del Mediterráneo”, de María José Llergo
Ah-ah
Ah-ah-ah-ah
Ah-ah-ah-ah
Ah-ah
Espuma blanca que lava el mar
Le hiciste cuna de agua y sal
Las estrellitas del cielo
Duerme, mi niño, no llores más
Aguas serenas, aguas serena'
Te mecen, ya
Eh y oh-oh
Le-eh, la-oh
Le-eh, ah-oh
Lloran los cielos, aúlla el mar
Mueren los sueños en ultra mar
Las olas sellan su tumba
Europa pierde las uñas
Duerme, mi niño, no llores más
Aguas serenas, aguas serena'
Te mecen, ya
Eh-ah-ah
Le-eh, la-oh
Le-eh, ah-oh
Le-eh, ah-ah-ah
Le-eh, ah-le-eh-eh-le
Hey-ah, la-ah, la-ah, la-ah, ah-ah
Todos sabemos que se trata de Ana María, la hermana del pintor, pero esta mujer puede ser cualquier otra asomada en la ventana hacia el puerto, donde llegan multitud de barcos, pero... ¿También personas? Una de las relaciones que queremos establecer entre el cuadro de Dalí y la canción de Llergo es esta: la mirada impasible de Europa, que se deja mecer en las costas mediterráneas y se funde tranquilamente con el mar. Esta perspectiva se ve acentuada cuando se trata de un pintor de clase media-alta. Esta misma interpretación la podríamos haber mostrado también con cualquier cuadro de Joaquín Sorolla, donde el Mediterráneo se presenta como espacio de juego, paseo, brillo (algo así como el nácar del que hablaba Llergo) y vida.
No obstante, la visión desde la ventana nos aporta otra interpretación, para la que queremos despojarnos de la realidad de la obra de Dalí. Todos los días parten migrantes hacia las costas españolas. ¿Y si el mar que vemos retratado no es el Mediterráneo? Una madre, una hermana o una amiga observa partir desde su casa a un ser querido que puede que nunca vuelva. Es la visión desesperada de quien espera que otro sobreviva y consiga la libertad.
Aunque
la conexión entre el mar y la muerte se presenta en multitud de textos, nos
parece interesante recalcar la figura de la persona que cruza el mar para
llegar a las costas mediterráneas. Esta vez no hablamos de migrantes que pierden
la vida en el mar buscando una vida mejor y que, sin culpa, son condenados a la
indiferencia. Queremos hablar de aquellos que cruzan el mar sin prejuicio buscando
el mejor negocio. De ellos viene la indiferencia (permitida por el dinero)
hacia estas costas, estos paisajes y estas vidas cotidianas. Gabriel Miró retrata
esta “facilidad y proselitismo” en Años y
leguas, donde “el pueblo más escondido, los campos más silenciosos, ya
están a merced de un Ford bronquítico” y “Si además hubiera ruinas, más o menos
gloriosas, el excursionista aconsejará el derribo, el aprovechamiento y hasta
las restauraciones”. Esperamos que la crítica a la hipocresía de quien abre y
cierra las “puertas” del Mediterráneo se lea en estas líneas:
En el aire de Calpe se transparenta la gloria del Ifach como una sangre antigua. Pueblo callado. Pureza y quietud junto a la exaltación de las rocas encarnadas. Mar grande. Mar que desde la orilla tiene ya un aliento de navegación; mar sin bullicio democrático de verano. Calpe todo de lumbre ancha de verano sin jovialidad, en una íntima clausura. Cantonadas y callejones con calma de portal en un atardecer de invierno; calma que se queda respirando entre los aletazos y torbellinos del viento salobre. Pasos que siempre parecen venir de lejos subiendo una cuesta. Un viejecito de luto, de luto muy denso y mate en la cal azul de las sombras y en el yeso naranja de la pared con sol. Por el caño del calcañar le desborda la bayeta amarilla que le faja los nudos de los dolores de reuma. Viejo con antigüedad de marinero, marinero de escampavía; y ahora, en su blusa de luto, el sudor de traer un costalillo de hierba para la cabra recién parida, de sus nietos.
Calpe sin verano de gentes forasteras. Silencio. Una gaviota pasando por el horizonte. La llama de piedra del Ifach. Blancura de lonas y de casas como de obra de alfarería enjugándose en el bochorno de la tarde. Olor de barcos en el sol de la arena, de redes y de tiestos de alhábegas y geranios. Calpe sin colonia de veraneantes regocijados y orfeónicos (“Calpe. Excursionismo”).
¡Gracias por leer!
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